El hijo de una víctima de asesinato participa en un proceso de mediación penal con el condenado por el crimen - 153 juzgados implantan programas de este tipo.
"Me ayuda saber que tiene un pesar, que tiene cargo de conciencia, que le importa. Ver que sinceramente está arrepentido. Al menos, es mejor que pensar que le da igual haber matado a mi padre". Iker tiene 25 años. Su padre murió hace ocho. Un hombre que aparecerá en este reportaje como Manuel porque no quiere dar a conocer su identidad lo mató de madrugada después de una noche de farra, drogas y alcohol. El padre de Iker trabajaba en una discoteca. Cuando salió, se fue a desayunar a un bar cercano. Manuel, que se había peleado con él durante la noche porque no querían servirle más bebida, llegó con una escopeta de caza. Su versión es que forcejearon y se disparó por error. La de la sentencia que lo condenó, que lo mató a sangre fría. A estas alturas da igual. El resultado, ocho años después, es que el hombre está muerto, su familia destrozada y Manuel en la cárcel condenado por asesinato.
Cuando Manuel salió del bar, borracho y drogado, no sabía que había matado a un hombre. "Pensé que solo estaba herido", recuerda ahora. "Después escuché por la radio que estaba muerto. Me quise morir yo también". Desde su encierro, empezó a enviar cartas a la familia del hombre al que había matado para "decir que lo sentía mucho". "Sabía que lo que había hecho era irreparable, pero necesitaba dar una explicación. No dejaba de pensar en cómo estaría su viuda, en cómo estaría mi mujer si a mí me hubieran matado. En la cárcel tuve mucho tiempo para pensar en lo gilipollas que había sido, en cómo había arruinado la vida de tanta gente".
Al cabo de los años una abogada le habló del servicio de mediación penal (programa que desarrollan ya 153 juzgados y tribunales en España, según datos del Consejo General del Poder Judicial) de la Audiencia de Guipúzcoa y les contó el caso. "Yo no podía presentarme en su casa, llamar al timbre y pedir perdón, así que pensé que ellos podrían ayudarme", explica Manuel.
Los mediadores enviaron una carta a la familia. Iker, el hijo menor, contestó. Le explicaron lo que pretendía Manuel y que, en ese momento del proceso, ya condenado y con permisos, no iba a obtener ningún beneficio penitenciario. Lo quería hacer porque sí. Sin más. El chico empezó a asistir a las reuniones con los mediadores. Su hermano, que no vivía en el País Vasco, prefirió quedarse al margen. La viuda, reacia al principio, acudió alguna vez pero no quiso meterse de lleno.
"Era una mujer que no había vuelto a hablar con su hijo de lo que había pasado", recuerda Lourdes Etxeberria, abogada del servicio de mediación de San Sebastián, dependiente de la Dirección de Justicia del País Vasco. "Había parado su vida el día que murió su marido. Para mí lo más importante de este proceso fue que madre e hijo se comunicaron. Fue muy emotivo porque encontraron una vía para expresar sus sentimientos; el primer paso para superar el dolor. La mujer fue capaz, por primera vez, de irse de vacaciones con unos amigos".
Iker fue más allá. Accedió a tener comunicación, aunque fuera a través de persona interpuesta -los mediadores-, con el hombre que había matado a su padre. El joven pensó que quizá le ayudaría a sobrellevar lo sucedido. "Cuando me lo plantearon pensé que no iba a perder nada por escuchar", relata en una cafetería, con absoluta templanza. "A lo mejor él se quedaba más tranquilo y nosotros podíamos encontrar un porqué. Hablar del tema me ayuda".
Manuel escribió una carta y los mediadores se la entregaron. "Les contaba cómo había sido mi infancia, por qué me había metido en las drogas y el alcohol", explica el condenado. "Decía que toda la culpa había sido mía y que pedía humildemente perdón por la desgracia. Ojalá pudiéramos dar marcha atrás en el tiempo, pero, como no es posible, esto es lo único que puedo hacer".
A Iker no le sirvió de gran cosa conocer el pasado difícil de Manuel. "Ni un millón de cartas me habrían quitado lo que tenía encima", reconoce. "El dolor es el dolor y el daño ya estaba hecho. Pero sí me sirvió saber que le pesa de verdad lo que hizo. Antes, además, tenía miedo de encontrármelo. Ahora sé que podría asumirlo. De todas formas, creo que he podido pasar por la mediación porque había pasado un tiempo desde la muerte de mi padre. Si esta entrevista hubiera sido hace siete años, habría dicho burradas. Ahora soy capaz de verlo con más frialdad".
Lo más insólito del caso es que Iker valora que la mediación pueda servirle a la persona que mató a su padre. "Me dijeron que tenía miedo de volver al pueblo en los permisos", dice el chico. "Si a él le ha servido esto, pues bien. Yo trato de encauzar mi vida, y él, que cumpla su pena y que lo intente también. El daño ya está hecho. Cortó la vida de mi padre, pero yo tengo que seguir adelante. Y sintiendo odio no se avanza".
El próximo paso es el encuentro; que Manuel e Iker se vean las caras. El joven ha decidido que, por el momento, prefiere no hacerlo: "No sé si sería bueno o malo para mí y, como no lo tengo claro, prefiero no arriesgarme. Pero si algún día me surge, avisaré a los mediadores".
"Yo no puedo presionar solo ofrecerme", dice Manuel. "Estoy pagando la responsabilidad civil. La juez me dijo que ahora que estoy en paro podía no hacerlo, pero prefiero dar al menos 30 euros al mes. Cuando tenga más les daré el 25% de lo que gano. Sé que no puedo arreglar lo que hice. Si alguien hubiera matado a mi padre yo le querría romper la cabeza. Pero también pienso que me gustaría ver su arrepentimiento". Manuel termina con una frase que horas después repetirá casi textualmente Iker en su entrevista: "Con odio no se puede vivir". Es un discurso que suena ingenuo, pero estas dos personas lo han asumido para intentar paliar el terrible dolor provocado por uno de ellos hace ya ocho años.
El ladrón que acompaña a su víctima al médico
Un chico con problemas de droga da un tirón en la calle a una señora mayor. Le quita el bolso y la tira al suelo. La mujer se rompe la cadera. Cuando ambos acaban en el servicio de mediación del País Vasco e intentan pactar una reparación para la víctima, llegan a una solución insólita: ella tenía que ir a rehabilitación y no tenía quien la acompañara; él tenía todo el tiempo del mundo, así que decidieron que el hombre fuera con ella todos los días a la clínica. Así lo hicieron.
Es una de las historias extrañas que relatan los trabajadores de los servicios de mediación penal, psicólogos y juristas, que explican que lo más importante es lograr que víctima y delincuente logren, de alguna manera, entenderse el uno al otro. "He visto al representante de una empresa pedir el currículo a un hombre que había robado en una de sus tiendas y que estaba en paro por si le podía ofrecer un trabajo con el que él pudiera pagar la indemnización", relata Lourdes Etxeberria. "La mediación no sirve para todos los casos, pero hay delincuentes muy recuperables que cuando ven a sus víctimas se dan cuenta del terror que han causado. Las víctimas, por su parte, pierden el miedo y deciden cómo quieren ser resarcidos. Tienen la última palabra. El Código Penal castiga pero no siempre satisface al que ha sufrido el delito".
Cuando la mediación se lleva a cabo en un proceso por falta, y víctima y agresor llegan a un acuerdo, ni siquiera se celebra el juicio. Cuando se ha cometido un delito esto no es posible. En estos casos, y como no hay una regulación específica sobre mediación penal, el pacto entre víctima y delincuente puede servir para que se dicte una sentencia de conformidad entre el fiscal y los abogados con una pena atenuada por reparación del daño. Los mediadores piden que la futura Ley de Enjuiciamiento Criminal que prepara el Gobierno regule expresamente la mediación dentro del proceso penal.
El País. MÓNICA CEBERIO BELAZA
- San Sebastián - 26/07/2010.